domingo, 27 de noviembre de 2011

Primeras 24 horas

Pasarse 12 horas en un avión no es ningún plato de gusto, pero como os podréis imaginar no son lo mismo las 12 horas del vuelo de ida que las 12 horas del vuelo de vuelta, que además de ser en el sentido hacia oriente, mucho más agotador, al ser para regresar, es más cansado.
Llegamos a México DF con 30 minutos de adelanto sobre el horario inicial previsto (de ahí que fueran “sólo” 12 horas), después de pasar 1 larga hora haciendo la cola y los trámites en inmigración, ya que me hicieron volver a rellenar los dos documentos que exigían,
Por la noche, una vez me hube hospedado en mi hotel, el Viena, en Colonia Juárez, tuve el placer de encontrarme con el hermano Nahuel, el gran (en todos los sentidos) Nahuel, con el que me marché a cenar unos tacos y a “platicar” de nuestras cosas. A medianoche (que en mi reloj biológico eran las 7 de la madrugada hora de Madrid) me marché a dormir, pero como suele ocurrir, el jet-lag suele jugarnos malas pasadas, por lo que a las 4 de la madrugada ya estaba en pie. Después de verificar que se me había olvidado en Madrid el cargador de mi portátil, por lo que no podría ni siquiera hacer funcionar la máquina, a las 5:30 de la madrugada decidí ponerme las deportivas y el pantalón corto y salir a correr.

Fueron 50 sorprendentes minutos corriendo, ya que no pensé que aguantara tanto, debido a la contaminación de la ciudad y a la altura en la que se encuentra México DF y hace que los que venimos de fuera nos agotemos más fácilmente.
Después de recuperarme, ducharme y vestirme decidí salir a pasear por el centro histórico, por ver si pudiera encontrar dónde comprar un cargador nuevo para el portátil.
Os puedo asegurar que disfruté una barbaridad de mi solitario paseo por esta impresionante ciudad, pude fijarme con detalle de cosas que acompañado habrían pasado más inadvertidas, pude observar a la gente, descubrir cosas nuevas de esta ciudad que no recordaba. Viajé en Metro, por primera vez viaje en Metro sin un amigo local que me hiciera de guía, resultó una experiencia magnífica confundirme con la gente que puebla esta ciudad, aunque tengo la sensación, bueno, casi la seguridad de no pasar inadvertido, ya que creo que mi apariencia delata que no soy de aquí, mi estatura, el color de mi piel, mi forma de vestir, el pelo…

Esta impresionante ciudad, donde hasta las antenas de telefonía móvil son inmensas, te hace sentir diminuto, te pone en tu verdadero lugar en el universo, pero a la vez te hace sentir grande, lleno de sensaciones.

Entré por primera vez en México en un mercado popular, donde hace la compra la gente de acá. Me llamó poderosamente la atención la falta de puestos donde vendieran pescado.


También me sorprendió la gran cantidad de sitios que había para sentarte a consumir, a tomarte algo.
A la vuelta al hotel pude por fin abrazar a Alejandro Santiago, que vino a prestarme el celular que usaré estos días en México.


En nuestro encuentro Alejandro me comenta que sale de inmediato de viaje a Uruapan, en el estado de Michoacán, a tocar en una nueva sala que han abierto allá, llamado “Ala de Colibrí”, viaje al que me invita, a compartir con él algunas canciones. Ante la seductora idea, me lanzo al vacío y le digo que si, pese a que Michoacán es uno de los estados más golpeados por la guerra que se traen los narcos. Después de conseguir “a un módico precio” mi cargador de portátil en una populosa zona del DF, nos lanzamos a la estación de autobuses, donde nos embarcamos en 6 horas de viaje por carretera hasta Uruapan, donde nos espera este primer (y no programado en mi agenda) concierto de este viaje.

1 comentario:

Paris Joel dijo...

Que tío, nada más llegar se va a hacer un bolo con el grandísimo Alejandro Santiago, nada más ni nada menos.
Mucha suerte hermano.